domingo, 26 de abril de 2015

La escuela como nudo. 3ª parte


Para leer los posteos anteriores:

 La  escuela como nudo. 1º parte

La escuela como nudo. 2ºparte. La escuela como lugar de control y reproducción social

 
 

2º HILO. LA ESCUELA

COMO LUGAR DE RESISTENCIA

Y CAMBIO SOCIAL

Por Viviana Taylor

 

Si bien suele pensarse a los teóricos de la resistencia como herederos de los planteos de la reproducción, lo cierto es que le dieron un giro claramente original al planteo, lo que les permitió desprenderse de cierto sesgo de crítica fatalista.

Estos teóricos de la resistencia prefirieron pensar de un modo menos mecanicista, y por eso partieron de la idea de que en la base social existe un instinto o conciencia de clase que va generando formas espontáneas –no organizadas ni teorizadas- de resistencia a la explotación y a sus consecuencias: a la opresión política y la dominación ideológica. Esta es la razón por la que también se los piensa como pensadores de la contradicción.

Para entender de qué se trata la cosa, vamos a detenernos un momento en Bowles y Gintis, y su modelo de la correspondencia. Este modelo pone su foco de atención en la estructura de la institución escolar y las relaciones que se establecen en ella: entre los administradores escolares con los maestros, los maestros con los alumnos, los alumnos entre sí y con su trabajo escolar… Lo que plantean estos autores es que las relaciones sociales que se establecen en la escuela son comparables con las relaciones sociales que se establecen en el trabajo adulto, ya que entre unas y otras advierten una correspondencia estructural. Es decir, que se pueden analizar las relaciones sociales en la escuela como una réplica de la división jerárquica del trabajo.

Dada esta correspondencia, señalan que la misma resistencia que se advierte en los obreros frente al ritmo y las condiciones de trabajo en los talleres, es la que se observa en los niños como resistencia a la escolarización y al proceso de inculcación de la ideología dominante. Estas formas de resistencia pueden ser más o menos violentas (como en los casos del vandalismo, peleas entre grupos y robos) pero también hay formas de resistencia pasiva, como el rechazo a la terminología escolar y la capacidad para seleccionar de la enseñanza sólo lo que sienten que les va a ser útil y da sentido a su instinto de clase.

Otro señalamiento muy interesante es que, así como los patrones suelen estar más interesados en los rasgos de comportamiento de los candidatos a los puestos de trabajo que en sus capacidades técnicas  y cognitivas, esto también se ve en la escuela. Y a partir de esta afirmación explican que:

·        en los niveles inferiores de escolaridad se forma para la sumisión a las normas impuestas;

·        en los niveles intermedios se fomenta la capacidad para tomar decisiones sin una supervisión constante, pero no para la autonomía sino con objetivos previamente fijados por la autoridad;

·        y en los superiores se trata –ya interiorizadas las normas- de premiar la libertad y la autonomía. Claro está que esta libertad y autonomía se entienden enmarcadas –encorsetadas- en esas normas previamente internalizadas. Ya se piensa y se desea lo que se enseñó (y aprendieron) a pensar y desear… O sea, ya se les han cooptado el pensamiento y el deseo.

    Lo interesante en la obra de Bowles y Gintis es que eso mismo que los teóricos de la reproducción señalan como funcional para el sistema económico, ellos lo significan como lugar de conflicto y de tensiones. Y estos conflictos y tensiones están generados por una contradicción fundamental que se juega en la escuela:

·        Por una parte, la escuela encarna el mandato de formar ciudadanos capaces de desenvolverse en el Estado Democrático Liberal, en conformidad con la concepción de los derechos del hombre que le sirve de base a esa forma de Estado.

·        Pero por otra, debe preparar a esos mismos ciudadanos para ocupar un lugar determinado e integrarse en la producción, respetando los derechos de la propiedad en que se funda el Estado Democrático Liberal.

De aquí deriva, entonces, la tensión principal del sistema escolar actual:

¿cómo formar a un ciudadano para una sociedad en que se aseguren los derechos civiles para todos, mientras se reserva la plenitud de los derechos políticos para una élite?

Esta sería la contradicción constitutiva de la sociedad capitalista avanzada.

 

Por otra parte, además de haber puesto un mayor acento en la contradicción y el conflicto, los teóricos de la resistencia prefirieron adoptar una mirada más cercana a la capacidad de los agentes sociales para construir su propia realidad social, y por eso abandonaron los enfoques macrosociales y centraron sus estudios en los procesos que se viven en el interior de las instituciones. La obra de Paul Willis es uno de los intentos más importantes en este sentido.

La parte central de su teoría de la resistencia resalta las analogías entre la cultura contraescolar y la cultura obrera de fábrica. En coincidencia con los teóricos de la correspondencia, Willis acepta que los contextos fabril y escolar se configuran como espacios alienantes que impiden el desarrollo de los sujetos. Sin embargo,  subraya que –a pesar de las duras condiciones a las que están sometidas- las personas inmersas en esa cultura obrera de fábrica se esfuerzan por buscar significados e imponer marcos conceptuales, por ejercer sus actividades e intentar disfrutar de las mismas, y se abren paso a través de las experiencias monótonas de la fábrica para construir una cultura viva que está lejos de ser un simple reflejo de lo impuesto. También señala que esto mismo se da en la cultura contraescolar, como un intento de crear un cuadro de interés y diversión más allá del currículo oficial.

En consecuencia, en la teoría de Paul Willis, los actores sociales no son receptores pasivos de los recursos culturales recibidos, sino que asumen activa y creativamente las posibilidades para explorar, dar sentido y responder a las condiciones estructurales y materiales heredades. La cultura, entonces, es entendida como experiencia vivida y como proceso de aprendizaje de los actores; no como un reflejo mecánico de la producción, sino como una instancia autónoma, productora de efectos transcendentes.

 

Por otra parte, los teóricos latinoamericanos se han concentrado en la indagación sobre las formas de resistencia y lucha contrahegemónica por la liberación de los pueblos, en particular los originarios. 

 Al igual que los teóricos de la reproducción, sostienen que la escuela, en tanto dispositivo de la reproducción cultural de la cultura ciudadana, junto con los conocimientos transmite un sistema de lealtades y la jerarquía como forma natural de las relaciones sociales, y en consecuencia difunde todo un currículum oculto que en la práctica funciona como uno de los más importantes disciplinadores que posee un Estado.

Aquí se vuelve necesario hacer una observación enmarcada en la actualidad de América Latina. Durante estos tres lustros del siglo XXI, en América Latina se han dado procesos políticos en sí mismos de resistencia y lucha contrahegemónica desde el propio Estado, a partir de los gobiernos populares encabezados por Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Lula da Silva, que lideraron los procesos populares que permitieron comenzar a concretar la visión de una Patria Grande. Estos procesos fueron –y son- de enorme importancia para visibilizar que cuando se habla de poder hegemónico es un error relacionarlo directamente con la expresión del poder político en el gobierno. Hoy, hablar de poder hegemónico, es hablar de un poder del capital financiero que se expresa globalmente a través de las instituciones liberales (de las que la escuela forma parte) y con un sistema de propaganda y difusión masiva encarnado en las corporaciones mediáticas (que son su expresión pero que también forman parte de él, siendo ellas mismas parte de las corporaciones empresariales), cuya lógica de mercado y financiera entra en conflicto y contradicción con la lógica política. Así, los diferentes partidos y organizaciones políticas son expresión de estas fuerzas en tensión, representando los intereses del mercado y el capital financiero por un lado, o los intereses del pueblo. En los países de América Latina con gobiernos populares (con muy diferentes matices y en distinto grado: Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia, Brasil, Chile, Uruguay) el currículo oculto funciona como disciplinador no en favor de los intereses del Estado sino del proyecto liberal-empresarial-de mercado-financiero que se le opone.

Este mismo análisis cabe hoy para la Grecia de Tsipras, y está fuertemente tensionado en España con la irrupción de Podemos.

 

Estos teóricos también señalan que, a pesar de las presiones que ejerce a través del curriculum oculto, paradójicamente la escuela es también el ámbito propicio para expandir y ejercitar la antidiscriminación.

Un hecho claramente visible es que la discriminación nunca se ejerce sobre los sectores poderosos de la sociedad, que han logrado a través de múltiples mecanismos –económicos, sociales y culturales- imponer sus intereses y su propia visión del mundo como la hegemónica y reproducirlos como si fueran de interés general de la sociedad.  Por contraposición, se nos aparecen como grupos claramente referenciados los judíos, los negros, los indios, las mujeres, los pobres, los villeros, los zurdos, los planeros... Y otros, ni siquiera eso: ya que uno de los mecanismos más profundos que opera para la existencia de la discriminación es la invisibilidad, la naturalización de las conductas discriminatorias. En consecuencia, la discriminación se ejerce sobre todo aquello que se aparta de lo hegemónico, lo que social, política y culturalmente se ha definido como “correcto”, lo que puede asimilarse al modelo de lo humano impuesto por el paradigma instalado por la burguesía con la Revolución Francesa. Es el modelo del varón blanco, instruido, pudiente, heterosexual, cristiano, sin discapacidad visible; concepción que relegó a los pobres, los analfabetos, los extranjeros, las diferentes etnias, las religiones no dominantes, las otras identidades de género y los discapacitados -entre otros grupos- a ejercer una ciudadanía de segunda, la que corresponde a los diferentes e inferiores. Es por esta razón que se juzga necesaria la construcción de un nuevo concepto de ciudadanía, de un nuevo contrato social.

Estas son las razones que explican el aumento (muy fogoneado desde los medios) de la conflictividad en las sociedades como la nuestra, que están en plena revisión de este contrato: los grupos privilegiados por el contrato social hasta ahora vigente sienten que la extensión de sus derechos exclusivos a otros sectores sociales implica un recorte de los propios –aunque objetivamente se haya hecho evidente de que no ha sido ni es así: que no se trata de una pérdida de derechos de unos, sino de su extensión a todos-. Ejemplos claros de este proceso de revisión del contrato social lo constituyen la Ley de Identidad de Género y de Matrimonio Igualitario, así como el reciente reconocimiento del derecho de un niño a ser inscripto con triple filiación: un padre y dos madres. Revisiones más sutiles, pero igualmente resistidas, son –por ejemplo- el financiamiento de créditos blandos a las PyMES, de planes educativos como Conectar Igualdad, y la Asignación Universal por Hijo y el plan PROGRESAR. Y los más resistidos, por tocar el punto nodal del conflicto, la participación política en las escuelas y las cárceles.

 

Quizás lo más interesante de estos planteos es que se esfuerzan por develar los mecanismos que operan para el ejercicio de la discriminación. Si bien son múltiples, voy a referirme sólo a dos, que en la esfera de la cultura son poderosísimos. Uno es el aparato educacional y el otro es el lenguaje.

·     Por una parte, si bien la escuela puede ser un excelente mecanismo para el cambio cultural -y de hecho lo ha sido y lo sigue siendo- es al mismo tiempo un dispositivo muy claro de la reproducción cultural del sistema social. En un momento de profundo cambio social como el actual, en el que nuestro contacto con la diversidad ha adquirido una dimensión radicalmente novedosa, se hace urgente debatir el papel de la escuela como espacio de acogida y de inclusión. Sobre todo porque, aunque nos resistamos a este debate, la realidad se nos está imponiendo. Y, cuando la realidad se nos impone sin que nos hayamos permitido reflexionar sobre ella, terminamos actuando reactivamente. Un ejemplo triste y reciente de acción reactiva fue la todavía vigente presentación que del Ministro de Educación porteño Esteban Bullrich, de una línea telefónica gratuita para denunciar toda sospecha de actividad política en las escuelas. Denuncia que desde su anuncio fue específicamente dedicada a una agrupación en particular: La Cámpora. Y que fue acompañada por el pedido (¿orden?) del Jefe de Gobierno Mauricio Macri de retirar de las bibliotecas escolares los ejemplares de El Eternauta, confundiéndolo con el Nestornauta y llamando a una acción de censura de material bibliográfico que no se había vuelto a producir en las escuelas desde la más negra noche de la última dictadura cívico-militar-eclesial. Otro ejemplo, menos cruento pero con impacto semejante sobre la formación, es la enseñanza religiosa (católica) en las escuelas públicas de Salta, que todavía forma parte del curriculum prescripto: resabios de una sociedad conservadora que considera que la formación para la ciudadanía y el mundo del trabajo debe ser atravesada por la tradición religiosa. Y un ejemplo de silenciamiento: el incumplimiento de la Educación Sexual Integral, asumido y reconocido o simplemente ejercido por su ausencia efectiva.

Desde la vereda opuesta a las actitudes reaccionarias, una escuela inclusiva reconceptualiza el fracaso ante el aprendizaje que sufren los más afectados por su diversidad y lo entiende no como algo natural a cierto alumnado, sino como resultado de la falta de adaptación del sistema educativo y de su incapacidad para ofrecer una respuesta transformadora a un entorno más complejo. En las escuelas inclusivas se enfoca la diversidad como un recurso y una oportunidad para el aprendizaje, pero para eso es necesario superar las actitudes que son fuentes cotidianas de exclusión y de formas frecuentemente sutiles de racismo, como el etiquetaje del alumnado procedente de la inmigración y de grupos minoritarios, la naturalización de su diferencia, o el relativismo y la indiferencia en que desembocan concepciones superficiales de la tolerancia (lo que podría resumirse en la posición “si no molesta, no nos metemos con eso”, tan lejos de la sensibilidad activa que implica el reconocimiento de la valiosidad de lo que las diferencias tienen para aportar). El estudio de estos aspectos del contacto intercultural es algo ineludible si, más allá de las respuestas simples que pretenden reducir la incertidumbre generando nuevas fronteras, lo que se quiere es aprovechar la oportunidad para revisar críticamente los supuestos en que se basa nuestra convivencia y renovar nuestra idea de la educación.

·     Por su parte, el lenguaje es uno de los más formidables formadores del pensamiento y la conciencia. Es el estructurador básico de nuestras categorías de pensamiento y por lo tanto es un excepcional mecanismo de producción y reproducción simbólica e ideológica. En consecuencia, el lenguaje también reproduce y refuerza la discriminación y los prejuicios. Por ello es tan importante trabajar con el lenguaje como contenido de análisis, de modo que su uso se visibilice, se vuelva consciente, y así podamos modificarlo. El objetivo es tender a la construcción de una sociedad plural y democrática, incorporando el respeto por las diferencias como parte constitutiva de la comunidad.

 

 

En síntesis, estos modelos que entienden a la escuela como lugar de la resistencia y el cambio social, nos llevan a entenderla no sólo como el lugar en el que se transmite el capital cultural existente, sino como aquel en el cual, al mismo tiempo, se ofrece la oportunidad para transformarlo, enriquecerlo y ponerlo en cuestión. Un lugar donde se promueva el desarrollo de competencias reflexivas, que sólo se alcanzan si se activa el surgimiento de la capacidad crítica mediante el permiso al cuestionamiento de certezas socialmente instituidas, de modo que al institucionalizarse la vigencia de la reflexión y el cuestionamiento como motor de cambio y enunciación de novedades, la escuela misma se instituya como uno de los espacios significativos para la transformación cultural y la formulación de utopías y proyectos.

 

 Viviana Taylor

 

 

domingo, 19 de abril de 2015

La escuela como nudo. 2ª parte


Para leer la primera parte: La escuela como nudo. 1ª parte
 

“En la escuela no se educan pastores para rebaños,
sino rebaños para pastores.”
León Tolstoi


 

1º HILO. LA ESCUELA COMO LUGAR DE REPRODUCCIÓN Y CONTROL SOCIAL

Por Viviana Taylor

Cuando hablamos de comunidad estamos haciendo referencia a una noción más ideal que concreta: no existe una homogeneidad tal en la que todos los que pertenecemos a la misma comunidad nos encontremos totalmente identificados, al modo de clones culturales. En la medida en que las sociedades se complejizan, se vuelve imposible la existencia de un grupo homogéneo de individuos. La cohesión, entonces, pasa a ser una función del Estado, que es quien debe formular y ejercer las acciones de política pública que aseguren una integración mínima dentro de la heterogeneidad, de modo que la convivencia social sea posible. Así, eso que llamamos comunidad es, más que nada, un proyecto. Corolario: a mayor desarrollo de una sociedad, mayor necesidad de presencia de un Estado fuerte.
Ahora bien, ¿cómo es posible, desde el Estado, decidir qué acciones de política pública formular y ejercer? Existen dos vías para determinarlo: una es la de la represión, que se va a concentrar en la vigilancia, el control y el disciplinamiento. Otra vía es la de la legitimación, que es el proceso por el cual el Estado trata de consolidar los procesos de identificación necesarios para la concreción de la comunidad. Y se relaciona, por un lado, con la pretensión de que cada individuo se transforme en un ser semejante al cuerpo social normativamente determinado, y por otro lado, requiere del acuerdo acerca de cuál es el momento a partir del cual el Estado tiene derecho a intervenir en esa transformación. La escuela es la institución que se ha convertido en el escenario privilegiado de este proceso de legitimación, e históricamente se ha esforzado por lograr esa identidad entendiéndola como homogeneidad,  lo que podemos ver reflejado en el ideal del currículum único.

Para comenzar a comprender cómo funciona este currículum, analicemos uno de los elementos que lo constituyen: el panóptico.
Michel Foucault -quien analizó los mecanismos de poder y saber, según lo que él mismo ha llamado tecnología disciplinaria- describió cómo la sociedad ha sido organizada proclamando la vigilancia continua de los individuos, lo que ha producido el desarrollo de un número impresionante de instituciones de observancia y control: la cárcel, el hospital psiquiátrico, la fábrica, la escuela. Todas ellas se han manifestado sobre la base del modelo del panópticoobra de Jeremias Bentham- que consiste en una forma arquitectónica que facilita una mayor seguridad y vigilancia de la conducta. En el panóptico no hay indagación, sino vigilancia y examen.
En el terreno pedagógico, el panóptico se concretó a través de los programas, los reglamentos escolares, los proyectos arquitectónicos, las normas para su funcionamiento… todos elementos cuyas características pueden apreciarse en el proceso de satisfacer las necesidades de disciplina y enseñanza, mediante mecanismos de vigilancia –algunos sutiles y otros no tanto- en donde los métodos disciplinarios individualizan en medio de la multiplicidad, y permiten producir en el individuo la internalización de la mirada controladora. Así, una vez lograda la internalización, el mejor vigilante para el alumno pasa a ser el propio alumno.
La práctica diaria de mantener el control en las instituciones escolares tiene el sentido en tanto asegura la continuidad en la transmisión ideológica, cuya estrategia es el carácter insistente, persuasivo,  y –sobre todo- repetitivo de la enseñanza. Esto ha dado lugar al sostenimiento de la superioridad del conocimiento del profesor, que es quien impone un lenguaje, un conocimiento y una serie de actitudes; una selección de libros, un método de aprendizaje y prácticas pedagógicas en general; todo lo cual está impregnado por una fuerte carga ideológica. Frente a estos, la respuesta admitida posible es la aceptación. El alumno, en su proceso de aprendizaje, debe adquirir los conocimientos y absorber una diversidad simbólica sobre la cual no se le permite crítica ni cuestionamiento. Con el tiempo, el educando empieza a concebir la realidad a partir de las prácticas pedagógicas rutinarias que se conformaron en sus pautas de comportamiento y pensamiento.
Esta conformación de ideas es lo que identifica a la educación como un espacio social privilegiado en la construcción y reproducción de los sentidos, significaciones, valoraciones y prácticas socialmente legitimados, y a los que la educación misma contribuye a legitimar.
Es en este sentido que se entiende a la educación escolar como un ámbito fundamentalmente político, ya que desarrolla una visión del mundo, una interpretación de la realidad, que corresponde a la clase dominante pero de la cual participamos todos, y que todos –especialmente los maestros- contribuimos a difundir y consolidar.

La evidencia más claramente visible del panóptico es arquitectónica: en la construcción de las escuelas deja de ser importante la vista exterior (como sí lo era en los edificios de principios del siglo XX) para privilegiarse el espacio interior, que permite un control articulado y constante. El maestro tiene la posibilidad de vigilar y de construir un saber sobre los que vigila. Un saber que no se caracteriza por determinar si algo sucedió o no, sino que trata de verificar si un individuo se conduce o no como debe, si cumple con las reglas, si progresa… Es un saber que establece qué es lo normal y qué no lo es, lo correcto y lo incorrecto, lo que se debe y lo que no. En esto consiste la tecnología individualizante del poder, puesta al servicio de la detección de la diferencia: si ha logrado recortarnos de la masa, es porque estamos en falta.

Como vemos, el sistema escolar implica la imposición del arbitrario cultural de la clase dominante. Con este término Bourdieu pretende subrayar una idea central en su sistema: los contenidos y formas de la cultura escolar no hallan su razón de ser en su supuesta relación con la verdadera naturaleza de las cosas o de los hombres. Por el contrario, es su naturaleza de clase, su relación con la clase que detenta el poder, la que convierte en legítimo y objetivo lo que no es sino el arbitrario resultado -en la esfera simbólica- del ejercicio del poder. Y es justamente aquí donde reside la violencia simbólica: en la capacidad de imponer y convertir en legítimas significaciones, encubriendo las relaciones de fuerza que se encuentran en su base.
Una acotación –nada menor- al paso: es en este marco que se entiende por qué en la actualidad de la discusión política en nuestro país se habla tanto de  relatos y de confrontación de relatos. No se trata de dilucidar cuál es el que se ajusta más a la realidad, sino que lo que está en cuestión es la disputa en la difusión de su interpretación. En nuestras escuelas, el relato que ha logrado imponerse desde su organización, ha sido el relato liberal que ha impregnado la versión oficial de la historia a través de la selección de los contenidos a ser enseñados y a ser silenciados, de los textos de estudio, de las rutinas escolares, de la distribución del tiempo de trabajo y de ocio, de la programación de las actividades propias de cada uno, de los criterios y de los modos de evaluación, de las formas de determinación de la calidad de la enseñanza, en la interpretación de los que se consideran los factores que inciden sobre sobre el aprendizaje y la escolarización y los que se desatienden, etc… Este es el relato que hoy está en disputa: se trata de una nueva forma de ver, interpretar y operar sobre y desde las escuelas, desde un relato que enmarca un modelo de país desde una perspectiva nacional, popular, inclusiva e integradora, extensiva de derechos, regionalista, con proyección universalista.
Como veníamos analizando, es mediante la acción pedagógica que se ha desplegado la arbitrariedad cultural liberal-conservadora a través de un proceso cuya carga de violencia simbólica ha residido en la inculcación de una forma cultural y una ideología que preserva y reproduce las relaciones de poder entre las clases sociales. Para completar la comprensión de la eficacia de este proceso, necesitamos apelar al  concepto de habitus[1] que introduce Bourdieu, para referirse a la interiorización de los principios de un arbitrario cultural que hace posible su reproducción.

Desde un enfoque teórico diferente -el del estructuralismo marxista- también Althusser centra su interés en demostrar el carácter reproductor del sistema educativo. Señala que la condición necesaria para mantener el ritmo de acumulación del capitalismo a nivel mundial, es el sostenimiento de la producción. Y a su vez, la condición básica para la existencia de la producción capitalista es la reproducción de las condiciones de ésta misma. Por eso es que, a diferencia de lo que ocurría en las formaciones sociales esclavistas y feudales, en el capitalismo la reproducción de la fuerza de trabajo se lleva a cabo, fundamentalmente, fuera del lugar de producción, a través del aparato ideológico de Estado dominante que es la escuela. En ella se aprenden la escritura, la lectura, el cálculo, algunas técnicas y otros elementos que se podrán aplicar en el desempeño de los diferentes roles productivos. Pero, junto con ellas, también se aprenden las reglas, los usos habituales y correctos según el cargo que se está destinado a ocupar en la división del trabajo: el orden establecido por medio de la dominación de clase. Por lo tanto, desde esta perspectiva, la escuela es la institución que proporciona a los miembros de las distintas clases sociales la ideología apropiada, capaz de lograr la interiorización de las relaciones de dominación capitalista por parte de la mayoría, apareciendo como el elemento fundamental en el mantenimiento y la reproducción de la dominación de clase.
Claro que cabe preguntarnos qué sucede cuando desde el Estado no se trata de mantener ni reproducir la dominación de clase, sino de cambiar estas formas de la relación de poder entre las mismas. Ya lo analizaremos al desanudar otro de los hilos de esta trama que es la Escuela.

En síntesis, podemos entender a la escuela como el instrumento con el que cuenta una sociedad organizada, en un tiempo y un espacio específicos, para transmitir y cultivar los valores morales, éticos, religiosos, sociales y políticos, que desarrollen en los individuos las actitudes y aptitudes que permitan lograr la cohesión social, y así alcanzar los objetivos y aspiraciones nacionales. Por lo tanto, desde esta perspectiva de análisis, la escuela es la institución social en la cual sus funciones y estructura cumplen con una actividad político-pedagógica. Dicho de otra manera, la escuela de cualquier sociedad es reflejo de la política e ideología de la clase dominante, la que detenta el poder.

Entendidas la Escuela y la Educación únicamente desde su función reproductiva y de control, es fácil concluir que son el dispositivo que permite homogeneizar un horizonte de pensamiento que es el mismo para todos, característico de los modos de Estado totalitarios. La Escuela pasa a ser indispensable para el manejo de masas, permitiendo la reproducción de la función de control, al establecer la inclusión o exclusión de los educandos según su mayor o menor congruencia con los valores e intereses de las élites.  La manera de disciplinar en el contexto educativo es formar a todos a imagen de los poderosos, en la pretensión de que se alcanzarán determinados derechos y deberes que sólo pueden ser conseguidos a través del desarrollo escolar, y en la creencia de que las oportunidades para alcanzar una posición social relevante coinciden con el número de años de escolaridad (¿vio cómo en estos últimos días se ha buscado instalar nuevamente en los medios la discusión sobre el voto calificado y se ha vuelto a cuestionar el derecho al voto desde los 16 años?). Parecería lógico pensar así: en un sistema en el que se ve como inevitable que haya ganadores y perdedores, se espera  que los ganadores sean reclutados entre los que han recibido una mejor instrucción. Claro que, de todas maneras, habrá siempre dos, tres o más niveles de instrucción muy diferenciados.

Para comprender esta noción de niveles de instrucción diferenciados, necesitamos tener en cuenta dos fenómenos:
1.      Por un lado, no todos los sujetos en edad escolar participan del sistema educativo. Y aunque es cierto que cada vez más sectores acceden a la escolarización, sólo lograrán alcanzar los conocimientos que la educación promete aquellos que puedan permanecer en el sistema por una mayor cantidad de años. El retraso en el acceso a los aprendizajes sustantivos, denominado “fuga hacia delante”, perjudicó principalmente a los alumnos que provienen de sectores sociales más bajos, que son quienes pueden permanecer menos tiempo dentro del sistema educativo. ¿Ponemos un ejemplo concreto, de nuestra realidad más inmediata? En la Ciudad de Buenos Aires no se garantiza el acceso de toda la población a la escolaridad pública: no están universalizadas las salas de 4 y 5 años (obligatorias) en el nivel de educación inicial, y aunque se los excluye a través de mecanismos más sutiles como la forma de inscripción, tampoco se garantiza el acceso de todos los alumnos a la escolaridad primaria y secundaria pública. Paralelamente, el diputado del PRO (el partido gobernante en la Ciudad de Buenos de Aires) Sturzenegger ha propuesto una escuela pública para sectores menos favorecidos, y una de mayor calidad privada, a la que puedan acceder los mejores estudiantes que no puedan pagarla a través de un sistema de becas. Así es como se instala un sistema basado en niveles de instrucción diferenciados, con un acceso a una mejor escolaridad determinado por la capacidad de comprar mejor calidad instructiva en el sistema privado, al que sólo tienen acceso y permanencia a través de un sistema meritocrático los mejores estudiantes (los mejores promedios según los criterios que este mismo sistema valora) de quienes no pueden pagar por ella. Nada se dice ni se considera  sobre las desiguales condiciones que inciden –desde antes y durante la escolaridad- en las diferencias de posibilidades para alcanzar los “niveles de mérito” requeridos para merecer una educación de calidad.
2.      Por el otro, la instrucción recibida no es homogénea. El origen social –como vemos en el punto anterior- determina la presencia en circuitos educativos. Estos circuitos, a su vez, conformarán un sistema educativo que se define como democrático e igualador, pero se presenta segmentado de acuerdo con los sectores sociales a los que atiende. Estos circuitos terminan conformando, en realidad, un conjunto de subsistemas escolares, cada uno de los cuales brinda calidades educativas diferenciadas. Un mito bastante extendido se basa en la creencia de que se distinguen entre sí por el hecho de ser públicos o privados. Pero esto no es necesariamente cierto: este fenómeno de diferenciación tiene mucho más que ver con las características de las comunidades asistidas. Así, si volvemos al ejemplo de los circuitos educativos de la Ciudad de Buenos Aires, podemos trazar una frontera clara entre el norte y el sur de la misma: las condiciones de las escuelas públicas del norte de la Ciudad son muy superiores a las del sur. De la misma manera, si comparamos escuelas públicas del primero y del segundo cordón del conurbano bonaerense con las de otras de zonas (de la misma o de diferentes provincias, incluso rurales) nos encontraremos con que las condiciones de infraestructura y mobiliario, así como los materiales de estudio y trabajo, condicionan negativamente la calidad de la educación de las primeras.  No es ajena a esta realidad la magnitud de la matriculación que vuelve al sistema educativo bonaerense comparable en sus dimensiones con la mayoría de los sistemas educativos nacionales, complejizando la atención de sus necesidades, y volviendo necesario que sea atendido en función de esta característica distintiva.

La calidad educativa, en consecuencia, pasa a poseer el status de una propiedad con atributos específicos. La calidad ya no es algo que debe cualificar el derecho a la educación, sino un atributo potencialmente adquirible en el mercado de los bienes educativos. La calidad como propiedad supone la diferenciación interna en el universo de los consumidores de educación tanto como la legitimidad de excluir a otros de su uso y disfrute. La calidad, como la propiedad en general, no es algo universalizable. En la perspectiva conservadora es bueno que así sea, ya que se entiende que son estos criterios diferenciales de asignación y de aprovechamiento los que estimulan la competencia, que entienden a su vez como el principio fundamental en la regulación del Estado.
Llevando a un extremo este argumento se reconoce que el Estado poco y nada puede hacer para mejorar la calidad educativa sin producir un efecto perverso en contrario: nivelar para abajo. En consecuencia, la falta de calidad -como la no disponibilidad de cualquier propiedad- no es un asunto del Estado y sí de los mecanismos correctivos que funcionan “naturalmente” en todo mercado. La calidad se conquista en el mercado y se define por su condición de no derecho.
Así lo entienden quienes visualizan sociedades duales, compuestas por un número importante de buenos técnicos que satisfagan los cánones internacionales de calidad, y una superabundante mano de obra barata. No pocos países están en esto: en ofrecer los salarios más bajos, con las cargas sociales más bajas, con tal de atraer capitales y tecnología. Y para manejar esa tecnología, una franja de la población que haya recibido una educación de primera. La función principal de la escuela es, en este contexto, otorgar una historia académica que capacite al educando no a conocer el mundo y a sí mismo, sino a poder acceder a un determinado tipo de trabajo, que lo ubique en la escala jerárquica ocupacional. Seguramente a algunos lectores le resonará esta postura, hegemónica hasta no hace mucho tiempo, y que reactivamente provoca quejas y malestar en ciertos sectores al tratar de desinstalársela. Sectores que están en pugna para volver a instalar esta interpretación y su consiguiente relato sobre la realidad y –consecuentemente- el modelo político en el que encuentra sustento: la vuelta al proyecto neoliberal de país que nos caracterizó durante los años ’90

Este enfoque, propio de la concepción neoliberal, fue el que dio lugar al modelo denominado mcdonaldización de la escuela, en referencia a la penetración de los principios que regulan la lógica de funcionamiento de los fast food en espacios cada vez más amplios de la vida social.
Este proceso de mcdonaldización de la escuela se concreta en diferentes planos articulados, que caracterizan las formas dominantes de reestructuración educativa propuestas por las administraciones neoliberales, que tienden a pensar y conformar las instituciones educativas bajo el modelo de  ciertos patrones productivistas y empresariales, que –como es propio del modelo de Estado Subsidiario- definen un conjunto de estrategias orientadas a transferir la educación de la esfera de los derechos sociales a la esfera del mercado.
Según esta mirada, la crisis de la educación es  una crisis de eficiencia, eficacia y productividad, derivada del efecto de la planificación y el centralismo estatal. Sostiene que la excesiva burocratización, el clientelismo, la ausencia de mecanismos de libre elección, la falta de un sistema meritocrático de premios y castigos que estimule la competencia, son la expresión de un sistema que pretende ser igualizante y condena a todos a una progresiva improductividad. ¿No ha oído, reiteradamente, estos reclamos en los últimos días?
En fin, macdonaldizar la escuela supone pensarla como una institución flexible que debe reaccionar a los estímulos que emite un mercado educacional altamente competitivo. En esta perspectiva, la escuela tiene como función la transmisión de ciertas habilidades y competencias necesarias para que las personas se desempeñen competitivamente en un mercado de trabajo altamente selectivo y cada vez más restringido. La educación escolar debe garantizar funciones de selección, clasificación, y jerarquización de los postulantes a los empleos del futuro.

Pero hay más: en el fast food, unos se atiborran de comida chatarra, que enferma y desnutre a la vez que simula las redondeces propias de la alimentación; en tanto otros miran, la ñata contra el vidrio, esperando la hora en que se saquen a la calle las sobras, para sentir que en algo participan de un festín al que no han sido invitados. Análogamente, en la escuela... Seguramente ya estará pensando en los niveles de instrucción y los circuitos educativos diferenciados. Efectivamente, de eso se trata.
Y es en esto, en lo que no se dice, donde reside esta definición de la función social de la escuela. Y semejante desafío sólo puede ser alcanzado en un mercado educativo que sea él mismo una instancia de selección, clasificación y jerarquización.

Afortunadamente, no es este el único hilo a desanudar para comprender la complejidad de la Escuela. Nos faltan algunos más.

Viviana Taylor


En el próximo artículo desanudaremos el 2º hilo: la escuela como lugar de resistencia y cambio social.



[1] El habitus viene a ser un sistema de disposiciones durables y transferibles -estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes- que integran todas las experiencias pasadas y funcionan en cada momento como matriz estructurante de las percepciones, las apreciaciones y las acciones de los agentes de cara a una coyuntura o acontecimiento y que él contribuye a producir.

 

 

viernes, 17 de abril de 2015

La escuela como nudo - 1º parte



“En el acto educativo no se consigue todo lo que se desea, ni sólo lo que se desea.” Reina Reyes


 Por Viviana Taylor









En estos últimos días se ha reflotado aquella ya obsoleta discusión que surgió en 2012, a raíz -primero- de la denuncia sobre la supuesta intromisión de La Cámpora en las escuelas y la posterior reacción del Ministro de Educación porteño, Esteban Bullrich, habilitando un 0800 para denunciar hechos de este tipo, lo que había puesto (y vuelve a poner) en discusión cuál es el lugar de la escuela, si la política es o no - puede o no - debe  o no - ser o no parte de ella, y el peligro frente a estos supuestos adoctrinamientos.
Con el único objeto de aportar a este debate, poniendo ciertas cuestiones que no solemos visibilizar sobre el tapete, propondré una serie de artículos a través de los cuales intentaré desanudar este nudo que es la escuela.

Pero no nos pongamos tan serios, que no es necesario. Juguemos por un ratito: Vamos a imaginarnos, tal como se cuenta en “El señor de las moscas”, que un barco naufraga y un conjunto de niños –librados a su suerte- sobrevive en una isla aparentemente desierta. Para lograrlo necesitan organizarse, y gran parte de esa organización se asienta sobre las diferentes habilidades y los distintos conocimientos que poseen. ¿Cuáles cree que son los más valorados por el grupo? ¿Los pondrán al servicio del conjunto? ¿Se los enseñarán mutuamente? ¿Cómo piensa que se van a definir los liderazgos? ¿Se conformarán subgrupos antagónicos? ¿De qué modo, en caso de conformarse, competirán? ¿Quiénes tendrán más posibilidades de imponerse? ¿De qué manera, supone, intentarán mantener esa posición más ventajosa?



Sigamos jugando: Otra historia, parecida en su inicio, es la que se relata en la miniserie  Lost: un avión pierde su rumbo y cae en una isla desierta, sólo que en esta ocasión los sobrevivientes son mayoritariamente adultos –sobrevive un único niño, y una muchacha está embarazada-. Si usted fuera el padre del niño sobreviviente, o la madre del bebé pronto a nacer, ¿qué le enseñaría? ¿Por qué priorizaría esos conocimientos sobre otros? ¿Cree que hay  conocimientos que no tendría sentido –o sería peligroso- transmitir? ¿Cuáles? ¿Por qué?



Una última propuesta de juego: Un pueblo es invadido por un grupo extraño que lo esclaviza. Su estrategia de corto plazo es mantener el dominio por la fuerza, sobre la base de la coacción y el terror. Todo disenso, por mínimo que sea, es brutalmente castigado. Entre los invadidos la delación y la traición se vuelven moneda corriente (por un lado, como forma de venganza ante fastidios u ofensas personales; por otro lado para mostrarse ante los más poderosos como leales a ellos y diferentes a su grupo de proveniencia). Sin embargo, esta estrategia se vuelve demasiado débil en el mediano plazo, y totalmente ineficaz en el largo: el peligro de reacción está siempre latente. Si usted perteneciera al grupo dominante, ¿qué estrategia vería como más eficaz y efectiva para perpetuar el estado de dominación? Y si perteneciera al grupo dominado, ¿qué estrategia elaboraría para hacer posible la liberación?



Estoy segura de que en las tres situaciones, al menos una vez, pensó en las palabras enseñanza, escuela, o educación.  Y es que la educación constituye, simultáneamente, nuestra más importante actuación específica y nuestra estrategia más elaborada para perpetuarnos. Los hombres tenemos necesidad de reproducirnos dos veces: cohabitando y coeducando. Pero no es tan fácil ponernos de acuerdo en qué entendemos por educación.



Si bien su etimología remite a una doble significación[1], se encuentra ligada en su forma más común de comprensión a la imposición de una ortodoxia en materia de hábitos y maneras de ser. De hecho, en el Diccionario de Autoridades se la define como “criar, enseñar, amaestrar y dar doctrina”, con lo que pareciera quedar representada la idea de sometimiento y dependencia; además de que se introduce la idea de adoctrinamiento como no ajena a la de educación.
Paralelamente, la mayoría de las personas asocian la idea de educación con la posibilidad de adquirir recursos para poder aspirar a conseguir –aún al costo de la dependencia y el sometimiento educativo- una mejora de posición social y económica (o económica y social, como prefiera).


Más complejo se vuelve el análisis cuando advertimos que, a pesar de nuestra necesaria dependencia respecto de la educación, la institución a la que más directamente la asociamos no es universal ni eterna. Son muchos los que buscan en épocas remotas y en civilizaciones prestigiosas como la griega y la romana el origen de la escuela, y así justifican no sólo su existencia, sino que rechazan todo cuestionamiento a ella como impensable. Pero la escuela primaria, en tanto forma de socialización privilegiada y obligatoria para los niños de las clases populares, es una institución reciente cuyas bases administrativas y legislativas tienen poco más de un siglo de existencia.



¿Cómo entender, entonces, los significados de una institución compleja, que parece –a su vez- sostenerse sobre otros significados –también complejos- como los del concepto de educación? Vamos a necesitar volver a nuestro juego de imaginación. Imaginemos, entonces, a la escuela como un nudo en el que se han enredado apretadamente distintos hilos, cada uno de los cuales nos lleva a un modo distinto de explicarla y comprenderla. Será cuestión de comenzar a desanudar hilos. Esa es la invitación que le hago: que me acompañe durante 5 artículos más en esta aventura.


Viviana Taylor







[1] Etimológicamente, la palabra educación toma su sentido del verbo latino educare, que significa criar, alimentar, instruir, hacer crecer; pero también, y en un sentido opuesto, de ex ducere, que equivale a extraer, sacar afuera, hacer salir. En consecuencia, la educación conlleva en sí una significación antinómica, que da cuenta de dos procesos complementarios.

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